Eran sus páginas papel herido por el grafito, el espacio equidistante entre la nada y el olvido, gotas de silencio entre el griterío. Jamás la belleza detuvo las alas  entre sus dedos.
Fue una luna llena quien le sorprendió lustrando el aura de sus palabras, alma de cálamo, hizo de su compulsión cómplice de la noche  sonámbula  -la que cabalga palabra a palabra y rasga. No detuvo su oficio el paso a pasito de la madrugada -negra, roja y malva- de cada hilo de azabache prendió un engarce de plata para su collar de palabras, una nueva voz  en la coral de su sonata.
Vistió el sol la menuda desnudez  de las estrellas.
Descubrió entonces que aquel lápiz de piel azul contenía en su alma todas las cifras inventadas, la memoria de todos los recuerdos nunca vividos, la belleza ignorada.