(Debí asesinar a los hermanos Grimm)
Había una vez una mujer que se creyó princesa. Se cobijaba con sábana de rocío y una capa tejida con anhelos e hilos dorados. Argenta abrazando sus manos de miel.
Vagaba entre sueños donde sus zapatos le acompañaban por los caminos y volaba entre las telarañas de la vida.
– Pero perdió los tacones en una incierta predicción –
Tacones que hoy retumban sobre su techo, despiertan sus pesadillas y las acompañan para morir entre el estiércol de su mente. Tacones que dibujan la lápida adonde aciagamente se apoya sobre un infierno merecido.
Hoy vive descalza. El sol refracta su luz y le niega el arco iris.
La tiara que antes vistió sobre pelucas y madejas de luz cercena su piel para cubrir la tristeza de su desnudez, los jirones de olvidos y su verdad.
Extravió sus zapatos de obsidiana y marfil, arruinó su vestido blanco y hoy que se cubre de humo y nostalgia, de desperdicios que recorren su sexo, de púas que castigan sus pies…
despierta y le encuentra.
…perdón, Señor Grimm…me confundí una vez mas,
no era con el Señor Dragón con quien debi tropezar.