Tal como lo cuento…

Apenas se asomaba el sol, mis sueños no acababan aún de contar a mi inconciente los secretos del alma, los somníferos no terminaban de hacer efecto y la vejiga comenzaba a molestar (no tanto como para ir corriendo al baño y despejar la mente). La campana del camión de la basura no sonaba aún y no se escuchaba todavía el rechinar de los camiones escolares que temprano transportan a los niños a las escuelas y a los lagañosos adultos a sus rutinarios trabajos.
Y sin embargo a esa despiadada hora unos sonidos me despertaban, todos los días; escuchaba los puntuales. Tac, tac, tac. Tac, tac, tac.
¿El vecino colgaba cuadros en su sala de estar?, ¿alguien tiraba un árbol cerca de mi jardín?. No, no había ninguna razón aparente.
Una mañana, ¡que digo mañana!…madrugada, decidí no taparme la cabeza con la almohada y tratar de descubrir el origen de ese traqueteo.
¡Me llevé una sorpresa mayúscula! Un cenzontle se paraba en el alfeizar y picoteaba el vidrio de mi ventana.
¿Qué es ridículo? Si, lo se. ¿todos los días a la misma hora? Si, lo entiendo, ¡imposible!, pero la prueba esta allí, una ventana rayada y un alféizar de ladrillos que limpiar. (ese pájaro tenía los intestinos con un horario muy puntual también).
Pasaron una cantidad de días en donde le daba la bienvenida, pero la desesperación pudo mas.
Empezó mi operación “ataque contra cenzontle madrugador”.
Colgué espejos sobre la ventana, telas de llamativos colores, revistas y fotografías, y todo lo que cayó en mis manos y ‘supuse” le podía hacer desistir de su empeño en amanecer conmigo.
Nada, no sucedió nada. Nada lo convenció de cambiar de opinión, victima o lugar.

Por las tardes al abrir la ventana escuchaba el canto del pajarraco que diario me hacía despertar con un humor que ni el café colado por las manos del inepto de mi marido (medio aficionado a la cocina), lograba calmar.

En fin, decidí que el canto valía la pena y me sentaba a escribir, leer o a dormitar la siesta (de la cual el era culpable) escuchando su voz.
Me acostumbré a todas estas locuras y hasta logré perdonarle. Después de todo, empezaría antes la hora de la gimnasia para mantener las formas deformadas que surgen en algunos impúdicos sitios de mi anatomía. ¡Claro! la naturaleza cobra a diario sus impuestos y también, no lo negaré, por algunos chocolates de mas a la medianoche.
Algo tenía metido en su mente paja-rraquéense ese tan conocido, seguro algo me quería decir, pero nunca supe que fue.

Durante mis delirios de princesa o de reina convertida en esclava, fantaseaba pensando que en pocos días se me revelaría el más maravilloso de los secretos.
Pero la desesperación le ganó al pobre cenzontle y aterrado por no poder cumplir su misión decidió -en un intento final- ponerme al tanto de su tan gastado secreto. ¿qué le paso?
Casi nada, decidió convertirse en un kamizake entrenado en las mas altas escuelas del Japón.
No me di cuenta como ocurrió, solo le encontré con su pecho blanco hacia arriba y destrozada su cabeza, esto sin contar el manchón en el vidrio de la ventana. (aunque no se rompió).
¿tenía tiempo límite para transmitir el mensaje y no lo logró? ¿o era este tan terrible que no quiso esperar mas?

El día de hoy cuando abro la ventana esperando el picoteo, me pregunto ¿de donde surgió esa desesperación?
Estoy segura que me quiso contar algo, advertir, o sencillamente llamarme la atención por la sarta de locuras que cometo en estos días. ¿lo envió alguien que habita el mundo paralelo de los vivos? Pues sinceramente así lo espero, porque siempre necesité de atención.
¡Pero que vanidosa soy! Espero demasiado cuando es tan poco lo que doy.
En fin, finalmente descubrí un nido vació en un árbol cercano a la ventana donde todos los días molestaba con su toc toc. Un árbol con una historia fascinante, en la que por poco protagonizo el componente principal del fertilizante de algunas plantas ajenas. Pero esa es otra historia y la guardaré para otra ocasión.
Mientras tanto dejo constancia de lo que sucedió,
créanmelo:
¡que así como lo cuento…pasó!

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