Pliegues de la memoria
No quería.
Decidí no abrir la canilla, no tentar al agua tibia. No mojar mis los poros y dispersar el sudor como si fuese la tinta del diario olvidado bajo la lluvia.
Que nadie se acerque.
Dejaré la noche intacta.
No se borrarán las cicatrices en mi piel lacerada ni el calor del vello que descuidadamente frotó mi pubis que aún arde.
Esta noche, dejo el sudor en los pliegues de la memoria en el estruendo de las palabras que jamás dijeron: te quiero.
Esta noche no hay remordimientos por lo inconcluso ni demandas por lo no habido.
El agua, no será cómplice borrando manchas, porque ahora son tan solo lunares invisibles.
Las perlas que cultiva mi cuello por tus besos, quedan matizando la penumbra
Mi almohada buscará confusa a «aquella otra» habitada antes por dos.
El amarillo cobalto de tus ojos no ha quedado guardado en mi gaveta ni desapareció con al búho que se esconde cuando amanece.
No.
Al menos no por esta noche regalada en soledad.
La astilla punza y con mi sangre derriba las barreras para escribir sobre una servilleta gastada aquella historia, en la cual siguen ausentes los agraciados.
¡Si que me lo dijiste! Eres prohibido.
Y es por ello que la canilla pierde su batalla y acepta que es vencida.
Te guardo, me quedo con tu aroma y con el licor de tus venas.
Dejo a los duendes con ese olor que condimenta mi sueño con perfumes prohibidos que enferman evidencias.