No es nada de tu cuerpo,
ni tu piel, ni tus ojos, ni tu vientre,
ni ese lugar secreto que los dos conocemos,
fosa de nuestra muerte, final de nuestro entierro.
No es tu boca —tu boca
que es igual que tu sexo—,
ni la reunión exacta de tus pechos,
ni tu espalda dulcísima y suave,
ni tu ombligo, en que bebo.
Ni son tus muslos duros como el día,
ni tus rodillas de marfil al fuego,
ni tus pies diminutos y sangrantes,
ni tu olor, ni tu pelo.
No es tu mirada —¿qué es una mirada?—
triste luz descarriada, paz sin dueño,
ni el álbum de tu oído, ni tus voces,
ni las ojeras que te deja el sueño.
Ni es tu lengua de víbora tampoco,
flecha de avispas en el aire ciego,
ni la humedad caliente de tu asfixia
que sostiene tu beso.
No es nada de tu cuerpo,
ni una brizna, ni un pétalo,
ni una gota, ni un gramo, ni un momento:
Es sólo este lugar donde estuviste,
estos mis brazos tercos.
La primera vez que te vi, te encontrabas en el río lavando tu ropa con esa agua fresca y esas piedras que el resplandor de tu rostro envidiaban. Tu ropa, sobre tus muslos duros como el día, dejaban al aire tu piel marfil y así fuiste el ama de mis anhelos.
La bola andaba cerca, comandada por uno de tantos que con un fusil en la mano. Héroes convertidos en asesinos sin piedad. Temí, pues los conozco ¿Que podía hacer? Apenas soy capaz de cuidar mi propia vida.
Tu mirada, como flecha de avispa me tomo de la mano y me llevó hasta donde tu cuerpo apenas se erguía para preguntarme ¿Quien eres? Mi cuerpo, sin voluntad, acercó tu cintura, tomé tu cara, te bese, sintiendo la humedad caliente de tu asfixia, la reunión exacta de tus pechos…. Pero huiste, diciéndome adiós con tan solo tu pelo al viento. Te busqué por los alrededores y las cercanías y fuiste tatuada en mi vientre, mientras yo te seguía con el pensamiento.
Y llegaron al pueblo, comandados por un salvaje de tantos, mataron niños y viejos por igual, incendiaron sus jacales y se llevaron a las mujeres para usarlas y luego tirarlas muertas. Sin embargo, el destino tuvo compasión. Te encontré sangrante y sin vida en el mismo sitio donde te conocí. Desnuda y mancillada. Besé tu ombligo, tu vientre, tu pelo y cerré tu ojos de mirada perdida.
No fue nada de tu cuerpo, ni de tus ojos, ni de tu vientre, fue tan solo este, lugar donde estuvimos, estos brazos donde descansaste finalmente… estos mi brazos tercos, fosa de nuestra muerte, el final de nuestro entierro.