Eras experto dándole vuelta a la hoja, puliendo los dientes del trofeo que orgulloso exponías en la repisa. También astuto curando fiebres de cama. Para qué mentir, una inocente cosquilla borraba rencores del mapa. Malicioso depredador, atacando a mitad de la calle, presionando su hinchazón contra mis rencores. ¿Recuerdas?
-Que el cielo caiga, vamos a revolcarnos en el jardín,
Vamos a jugar a los desconocidos – ¡Que morbo maldito dejarme perseguir!
Pero de pronto algo se detuvo entre los dos, no sólo de orgasmos se vive. El asesino fue el silencio, la ausencia de palabras después de los gemidos. La necesidad de unos dedos que temblasen frente algo más profundo que a la excavación dormida antes de la cena. Quizás un beso de labios cerrados mientras dormía. Me convertía en tu adorno, en pieza clave de tu álbum.
Justo cuando me viste saltar de la repisa, perdiendo el miedo a tu muerte nocturna, lloraste en el baño, maquinaste excusas y ahorraste ropa para emprender la huída.