Las diez y nueve horas

Pena tengo por el incienso con olor a sándalo y las rosas rojas que pusiste en mi habitación. Se acabo. Murió. Y el alma que no es propiamente la mía vaga triste por la casa. La veo caerse. Acudo para levantarla, pero no se puede. Solo en mi pupila surge en el acantilado que va justo a la mar. Corre, vuela. Que extraño. Ya son las diez y nueve horas.

Julia del Prado
7.04.2014.

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