Carmín para mamá

Carmín para mamá

Eran las seis de la tarde. El crucero se encontraba abarrotado de carros justo en el semáforo de la esquina.
Juancho sabía que esta era la mejor hora para su afán. Don Toribio lo dejaba ayudar a las marchantas a cargar las bolsas del mercado, sin embargo, las propinas nunca eran suficientes.
Don Toribio hizo una señal a Juancho y este entró apresuradamente al baño del pequeñísimo local. Ambos, cómplices sonrieron. Juancho tenía 11 años y apenas alcanzaba los 40 kilos, pero tenía la cabeza muy bien puesta (por lo menos esto era lo que le decían los clientes cuando le auguraban un futuro prometedor).

El acto se le había ocurrido hacía tiempo, cuando Doña Rosaura le dio un lápiz labial pa’regalárselo a su amá. El niño tomó el carmín, un pedazo de carbón y tantita cal de la construcción de al lado. Se vistió con un pantalón mal cocido y el costal de los limones. Agarró tres naranjas -previo permiso de Don Toribio- y corrió hacia el transitado crucero. Practicó trucos y malabares con grandes caravanas.

Más tarde, como alma en pena, llegó a su casa. Su padre dormía la mona. Dejó las monedas en el cenicero. Su amá pensaría que el marido por fin consiguió esos centavos que tanta falta les hacían.

Juancho desgajó la naranja que sobrevivió a la función, y sonrió tranquilo.

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