Las flores de junio nunca fueron mías.
Las venas de sus pétalos se encontraban hinchados por la mentira.
Me engañaron.
Sus tallos carecían de espinas y subían sin hacerme daño
recorriendo mi entrepierna intuyendo que sería desbordada.
Sacudo el agua que las alimenta,
tendida me encuentro presa del semen desperdiciado.
Corté sus tallos.
Era junio, fusioné mi piel con el terciopelo de los pétalos
que fueron perfume y después veneno.
Inventé las horas y los segundos para mediar aquello ya marchito.
Las hortensias florecían mientras los gladiolos despertaban a la vida
y las rosas mentían en siniestras corolas de vaginas descubiertas.
Erguí mis senos, me bañé con las historias de las elegías que liban
los cuerpos y con mariposas acaricié el lugar donde solo quedan las mieles podridas.
Enero, tampoco eran mías.
Voló el insecto que jamás se digno a ser abeja y vomitó sobre aquello que era nuestro.
Es febrero.
Ahora son a las espinas a quienes hecho de menos.