Entre sílabas de pan entró del cielo
para abrir la puerta de un siglo caído,
salvar el eterno paréntesis de los cuerpos
sin amparo
y las cuatro sombras de castigo,
como frutos negros
de un árbol
en sangre enraizado.
Caminó más lejos,
más allá de su cuerpo,
donde lucha el gigante
cuando evoca al cielo;
apoyó con su amor
-en su maternidad dormida-
al hijo,
al hermano,
a la madre
a la amistad
y a la tierra;
dejó pasar los caminos
y tendió la mano
en claridad y vida.
Cariatide de la historia,
crepúsculo de ojos cenicientos,
con brillo de una corona
de pureza
y vestida de gala que ciñe sueños,
quedó en el silencio eterno
cobijando a Calcuta y al mundo.