No se ponga mordaza a la que pregona su llanto,
en el borde de su falda lleva el alma en pedazos,
y un hilo anciano compone su refajo.
Frente a ella, un horno calienta sus piernas
brazos estrechos y pechos cansados
su silla de mimbre y madera
donde junta los pesares de aquellos
que por años le fastidiaron.
Sus manos tallan sueños impacientes
por el paso lento y cabizbajo del pasado,
como un réquiem que brinda austero su recuerdo.
Ya olvidó como se entonan los salmos,
y es costurero de desencantos
vestir el desnudo que ha quedado.
No se ponga mordaza a la que pregona su llanto
dejen que descanse en sus desengaños,
aunque el dedal quede marcado en su dedo
y su ser invente que ha bordado.