Pasaba un ladrón,
mientras plagada de jades y ópalos en un calidoscopio de malas suertes
me robó.
Al novilunio le fastidió que con nuestros rayos quemaran incienso
ensuciando su brisa con pétreos humores.
Me robaron, no soy culpable.
-Rompiste la falange y el haz de mi cuerpo al no saber tallar las facetas de mi centro,
y agudizo mis sentidos para escuchar tus sueños al rasgar el viento,
pues no poseo la urna de marfiles negros.
Me encontrarás en los claros donde las dunas dormitan
libres de salados insomnios que destrozan la esencia.
Vivo entre mieles que producen delirios.
-Aun tengo el ébano
no lo quiero,
quédatelo-